Dentro de la actual cultura globalizada, hay una especie de revival por todo aquello pasado, por todo lo retro o que tome algo de ese pasado sancionado por muchos como glorioso e inalcanzable.
Lo de inalcanzable puede ser cierto, porque salvo en la ciencia ficción, el tiempo es irreversible. También es cierto que mucho de eso retro y el empuje vintage nos proporciona muchas veces, sobre todo en el ámbito de la música, bodrios insoportables y que nunca deberían haber sido siquiera demeados.
No es el caso de Dawnbringer con este disco de la puta madre que lo parió. Y eso que tiene todo lo retro que se puedan imaginar.
Anclados en un pasado que reconoce como fuente de inspiración directa a los primeros discos de la Doncella, y con un vocalista que tranquilamente podría confudirse con un Lemmy con menos alcohol y menos joda encima (menos merca, menos noche, pero no menos onda). O, por qué no, un Ozzy con menos anfetas y un poquitín más ocultista.
También tienen una cuota mínima pero muy interesante de oscuridad y frialdad, esa tan necesaria en toda banda black que se precie de tal. No en vano uno de los principales responsables de esta banda es Chris Black (batería, bajo, teclado y voz líder), invitado/sesionista de forma reiterada en ese descomunal monstruo deforme de Nachtmystium.
De todas formas, no es el único, porque a cargo de las guitarras están también los Scott: Haskitt (acústicas) y Hoffman (rítmicas), y Matt Johnsen (líder).
Si se preguntan a que podría sonar tantas guitarras juntas, la respuesta es más fácil de lo que parece: a diferencia de Iron Maiden , acá se nota las ganas de atiborrarnos de melodías que nos arrastren en el tiempo, y nos lleven a algún paraje desolado, alguna playa abandonada donde nos espere la Parca para compartir un último amanecer.
Pero esto no es black, no quiero que se confundan. Esto es Heavy clásico bien oscurito y ganchero, y con un dejo de depresión que lo hace por momentos desesperantemente maravilloso.
Es cierto, lo de estos yankees no tiene nada de original, pero rezuman mala onda y actitud 100% disfrutable a lo largo de los 40 minutos que dura este hermoso disco, el cuarto de la banda (y con el cual la conocí, aparte).
Obligatorio, de verdad.
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